Recuerdos...

Es extraño... cuando hablo de mi madre siempre se me viene a la mente contar una anécdota donde ella iba tras de mi con un palo de escoba intentando darme una “lección” de como mis abuelos corregían una mala acción en sus épocas. Esta anécdota siempre causa risa.

No hubo escuela alguna que no supiera de ella; la señora que siempre iba a preguntar sobre su hijo, de como iba en clases y si entraba a cada una de las materias. 18 años de recorrer casi 10 escuelas.

Recuerdo que en secundaria, esa epoca donde muchos desearían quedarse, yo prometí que intentaría no recordarla y que la ocultaría en lo más profundo de los recuerdos.
Mi madre nunca falto a esas juntas donde se hacia la entrega de las calificaciones; cada mes iba a preguntar por mi. Si tenía tiempo esperaba a cada maestro que entrara a dar su respectiva clase para preguntar como iba su hijo.Yo en ese tiempo no conocía a un Buda, a un Alá, Ganesh ó Shivá; ó que existiera la palabra Agnóstico; solo le rogaba a DIOS que el profesor se estuviera muriendo de gripa ó calentura para que así no llegara a dar su respectiva clase.

Ahí los primeros indicios sobre mi ideología agnóstica; por mas que rogaba nunca escuchaban mis suplicas y el maestro terminaba por llegar puntual a su hora.

Las primeras veces era algo penoso y vergonzoso que mis amigos y maestros escucharan esa frase que por momentos pensaba que a mi madre le encantaba decir: “Llegando a la casa vas a ver”... y no solo veía; también lo sentía.

En el último año de secundaria mi madre sintió algún tipo de confianza familiar con maestros y compañeros de clase que ya no esperaba llegar a la casa para jalarme la oreja si bien me iba, ó sentir ese brazo derecho (si mal me iba) que toda paisana trabajadora tiene; tan buena para la comida como para los “coscorronazos”.

Era una leyenda viva en la escuela. Todos los maestros le tenían miedo por su carácter a la hora de estar frente a ellos. No había maestro alguno que no la conociera. Uno que otro me veía con cara de pena y tristeza al verla llegar; ya sabían lo que me esperaba. -“Pobre de el” decían a susurros.

Todo esto lo recuerdo muy bien, mi mente no lo olvida por mas vergonzoso que era...

Pero hace unos días; platicando con una amiga, recordé muchos momentos que creo decidí borrar por el dolor que me provocan, creo que ese dolor era mucho mas fuerte que los coscorrones ó jaladas de oreja que recibía de mi madre...

Recuerdo que en esos años de secundaria, existía un método tan penoso para el hijo cómo para la madre al recibir las calificaciones.

La idea era tan simple: La asesora del salón nombraba al alumno con mayor calificación y la madre orgulloza del hijo, se paraba a recibir la boleta; con una sonrisa y un porte como si ella hubiera obtenido la calificación, como un pavorreal mostrando todas esas plumas bien abiertas, con el pecho en alto. Así nombraban a cada una de ellas hasta llegar a la última persona... mi madre. La que recibía la peor calificación, que con la mayor vergüenza del mundo se paraba a recibir la boleta de calificaciones acompañadas de esas palabras que el maestro siempre intentaba decir lo mas bajo posible por lo penoso que se escuchaba: “La espero al final de la junta para platicar sobre las calificaciones de su hijo”...

Recuerdo que durante 3 años mi madre esperaba hasta el final con esos ojos que contenían el llanto, ese llanto de tristeza y decepción. Recuerdo como esa tristeza se convertía en enojo, enojo que le hacía preguntarme cuando sería el día en el que no fuera esa última persona que esperaba una boleta con vergüenza.

No recordaba que eran 7 horas las que esperaba cada semana, sentada en esa jardinera que se encontraba frente a mi salón; pasando vergüenza y tristeza cada que recibía los reportes de mala conducta de cada uno de los maestros.

No recordaba como le pedía a los maestros esa paciencia que solo una madre tiene y le dieran una oportunidad mas a su hijo para no expulsarlo, ella creía en mi cada que le juraba que sería la última vez que la haría pasar pena.

No recordaba que los maestros no era miedo lo que sentían por ella, si no respeto y cariño al ver cómo en más de 18 años ella seguía ahí, a mi lado; guiándome a su manera. Esa manera fuerte y recta que a ella le enseñaron, pero ella lo hacía para no dejarme caer, para no dejarme vencer, para no dejarme ahí por la vida. Yo no comprendía que la última de sus intensiones era que yo causara lastima, ella no quería verme en el mundo, olvidado por la vida.

No recordaba las veces que mi madre le repetía a mi padre con firmeza lo inteligente que yo era y que aun podía con la escuela, siempre le decía que solo era un poco distraído pero que nunca mas quería escucharlo decir que yo no podría más con la escuela.

No recordaba que me decían que al que mas quería era a mi, aun cuando yo creía que no era así por sus regaños y castigos; yo no creía que era cierto cuando les decía a todas sus amistades que su mayor orgullo era yo; el hombre de la casa...

Recuerdo... que en una ocasión... solo en una ocasión la nombraron a mitad de la lista, recuerdo como la maestra sonreía al ver esa expresión en la cara de mi madre, esa expresión que yo también la pude ver, una expresión que solo una vez le di... era una sonrisa tan grande en su cara y ella se veía tan feliz; esa única vez basto para decirme y recordárme todos los días de su vida esa frase que me llevaré siempre en mi mente:

“Yo creo en ti, yo se que puedes y se que me lo vas a demostrar”...

Como me haces falta viejita linda.

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